06 mayo 2007

Cueva de Hundidero

La Cueva de Hundidero es la otra cara, menos conocida, menos accesible también, de la famosísima Cueva del Gato. Por Hundidero se cuelan las aguas del río Gaduares que luego vuelven a aflorar en Gato y que, al poco, se unen con las del Guadiaro.

Para llegar a Hundidero hay que tomar por la carretera MA-505. Poco antes de llegar a Montejaque ( o un poco después si salimos desde esta población) hay un pequeño ensanche, no alquitranado, a la vera de la carretera.
Desde allí podemos divisar dos picos característicos de la zona y que sobresalen del relieve que los rodea: el Cerro Tavizna y el Hacho de Montejaque.

Desde el improvisado apacamiento parte un carril empedrado que es el que debemos coger. También se puede ir por senditas poco delimitadas y campo a través. Cierto es que se acorta camino pero también que resultan difíciles con el terreno embarrado, el camino medio se pierde en ocasiones y que, desde luego, no son recomendables si no se tiene un mínimo de destreza campeando.

El carril empedrado va por entre retamas de buen tamaño y se disfrutan buenas panorámicas de la zona. El paisaje kárstico es muy evidente en todo el recorrido y con facilidad se aprecian lapiaces y pequeños torcalillos entre las cumbres. Seguimos caminando y nos encontramos con unos cuantos eucaliptos de buen porte y algo más allá, una colina con pinos piñoneros de tamaño respetable. Rodeando esta colina aparece la Presa de los Caballeros. Esta presa se construyó en 1920 para embalsar el agua del Gaduares y producir energía eléctrica. Sin embargo, en un relieve tan carstificado como éste, el agua se infiltra y resulta imposible retenerla. Una obra inútil, aunque, en el decir de las gentes del lugar tuvo de bueno que “repartió muchas peonadas”. Hasta hace relativamente poco, se podía acceder al muro de la presa con total normalidad, manteniendo lógicamente unas elementales medidas de seguridad. Unas vallas y un candado lo intentan impedir ahora. Lo cierto es que la valla está rota por algunos sitios y quien tenga un poco de arrojo puede acceder al muro y asomarse al abismo.

Desde la presa parte un sendero que nos lleva a la entrada de Hundidero. Esta senda está siendo balizada con postes y cuerdas y se están construyendo escalones utilizando piedra del lugar. Personalmente me parece que hay cosas que es mejor dejarlas como están. Convertir la bajada a Hundidero en una gran escalinata va a animar a demasiados visitantes a acceder a la cueva y esto se puede convertir en una pintoresca peregrinación no muy deseable en un lugar tan recóndito. Además resulta bastante más incómodo bajar por esos escalones de altura tan desigual que acceder por un sendero de pendiente natural. Mis piernas y mis rodillas, al menos, sufren más con esos escalones irregulares que cuando bajo entre peñas y rocas. No es broma. Por ende, para hacer esta obra han tenido que abrir un carril por entre las retamas que comienza en una casitaa en ruinas que pasamos cuando dejamos los eucaliptos más arriba. Recomiendo bajar por este carril y obviar esas escaleras tan atroces al menos hasta este punto.

El camino sigue bajando y bajando. Hay tramos estrechos y muy empinados, con caída a alguno de los lados y que las omnipresentes escaleras salvan con más o menos fortuna (veremos a ver qué pasa cuando esto se llene de visitantes poco avezados en las lides campestres...).

Seguimos bajando hasta que el terreno se nivela un tanto y nos encontramos en un anfiteatro de paredones calizos que nos rodean por completo. Se escucha el inconfundible graznido de las chovas piquirrojas, la vegetación tiene un verde deslumbrante e incluso podemos sentir una bocanada de extraño aire fresco y húmedo. La entrada a Hundidero se nos presenta entonces: una enorme brecha que parte la montaña. Realmente sobrecoge su tamaño. Un cártel nos prohibe la entrada y advierte del peligro de la cueva. Realmente, en condiciones normales, se puede acceder sin riesgo durante al menos unos cien metros, el trecho en que la luz exterior se adentra en la cueva. Las piedras están mojadas y es conveniente asegurarse bien donde ponemos los pies para no tener un mal resbalón.


Dentro de la cueva el mundo parece detenerse. Se escucha el gotear del agua y el silencio. Con suerte, en ocasiones, se oye el ulular de un cárabo, rebotando y resonando su grito entre las paredes.

La oscuridad se abre un poco más allá, una oscuridad inmensa...



Más información:

Manuel Becerra Parra (2006) P.N. Sª Grazalema. Guía del excursionista. Ed. La Serranía